Científicos afirma que este virus es contraído por 6 de cada 10 argentinos. El síntoma común en todos los contagiados es la depresión y el temor.
Iniciamos Septiembre con una Mar del Plata que retrocede y vuelve a la Fase 3, en una situación creciente de contagios por Covid-19 y con una crisis que cada vez se acentúa más en la generalidad de la población, pero que afecta particularmente a los sectores que vuelven a tener un parate en su actividad.
La circulación comunitaria del Covid-19 nos invita también a analizar una patología que no es nueva en la sociedad. En nuestro lenguaje cotidiano, se ha reflejado en expresiones como “cuarentena” y “pandemia”. Pese a esto, hay algo que ha resultado más contagioso dentro de la era global. Es mucho más preocupante, y día a día, se expande cada vez en las raíces más profundas de las familias argentinas: El miedo y la depresión.
La sustitución de la solidaridad social por la responsabilidad individual ha dejado al ciudadano en un lugar muy crítico; y en ese contexto, se acentúa esta problemática. El miedo está ahí, saturando la estructura cotidiana mientras la liberalización penetra sus fundamentos. El miedo está ahí, y explotar su caudal es una tentación difícil de resistir, más aún, en un contexto de encierro donde la persona es una presa fácil de manipular. ¿Nos hace presos de nuestra libertad de acción? ¿Quiénes o qué nos condiciona?
“Somos moscas atrapadas en una telaraña”, afirma Holloway. El miedo nos encierra, nos paraliza, nos vuelve conservadores. Ese miedo se ha transformado en la principal arma en contra de nuestra sociedad.
En un principio, era de público conocimiento que no sabíamos a lo que nos enfrentábamos cuando la pandemia se suscitó. Pero acercándonos a la primavera, queda claro que el virus más letal de este año fue el miedo, no el Covid-19.
Ese miedo aterrador se materializa en enfermedades que afectan al bienestar de la persona en el desarrollo de sus actividades cotidianas. En este sentido, la enfermedad que dice presente es la depresión.
Según estudios realizados por INECO, 6 de cada 10 argentinos sufren depresión, y el número aumenta cuando hablamos de los jóvenes: 8 de cada 10 son los que la cuarentena ha desestabilizado.
Solemos hablar de estabilidad en términos políticos, económicos, etc. Pero hay una estabilidad que es la emocional, y que, en estos momentos, se ve sacudida severamente.
El miedo a la incertidumbre no es algo nuevo para nuestra sociedad, pero en este contexto, ha sido el detonante para terminar de manifestar los síntomas de una sociedad enferma. Es aquí donde encontramos la dicotomía entre la libertad individual y las relaciones sociales existentes. El temor frente a la imposibilidad de resolver las cuestiones que infectan a la sociedad, nos afecta de manera particular en la toma de decisiones; y en muchas ocasiones nos lleva a la desesperación.
El miedo a lo desconocido se ha convertido en una constante. Los virus mutan dicen los especialistas, y el Covid-19 no fue la excepción: Este temor se materializó en crisis, en soledad y en un paradigma que no es nuevo, que conocemos como depresión. ¿Qué consecuencias nos dejan estos cambios?
Los hábitos, al igual que nuestra vida, cambiaron. Esta construcción opera bajo la premisa de estructuras coercitivas, como describe Pierre Bourdieu. En ese sentido, afirma que las condiciones sociales llevan a los individuos a naturalizar las necesidades del entorno social existente.
¿Y cuál es la necesidad social? Quedarte en tu casa. Es la incertidumbre que nos atrapa y encierra ya que no nos permite ver con claridad cuáles son las consecuencias de romper este pacto social de cuidarnos entre todos a costa de nuestra libertad de acción.
Las consecuencias de meses y meses aislados, trae aparejado el temor a contraer una enfermedad que nos conduzca a la muerte. El virus monta un escenario apocalíptico que viene a romper con las estructuras sociales como las conocemos, tales como el trabajo, la familia y las amistades. Como consecuencia de este presente, se emerge un vacío que no encuentra respuesta, salida o escapatoria racional en la mentalidad de las personas.
Recurrir al miedo es el método empleado por los distintos sistemas de poder a lo largo de la historia, y esta no es la excepción. Pero incluso allí, también podemos decir que las mismas autoridades expresan ciertos temores: Al colapso del sistema sanitario, a un aumento gradual en la tasa de mortalidad o el simple temor a no poder controlar la situación.
Entender el rol que ocupan los medios de comunicación también es muy importante frente a la sobreinformación respecto de la pandemia, la cual ha impactado negativamente en las familias, generando en estas, un gran desconcierto. Esto lo vemos con claridad en los adultos mayores, principal grupo de riesgo, que es el medio televisivo, la principal fuente de acceso a la información. Aunque también, encontramos casos donde la falta de conectividad ha sido clave a la hora de hacer llegar distintas alternativas para paliar la situación vivida.
La sobreinformación agravó nuestros problemas y frente a esta crisis, el posmodernismo solo ha profundizado los síntomas de una sociedad que pide a gritos una contención y herramientas que permitan el abordaje integral de una insatisfacción social muy grande. ¿O solo la insatisfacción se llama Covid-19? ¿O solo el síntoma es la fiebre y la tos?
Debemos replantearnos el lugar que le damos a los medios de comunicación, que lejos han estado de aportar soluciones, más bien, promovieron al caos social del que somos presos en esta pandemia.
Lejos está la actuación de este posmodernismo tan tibio de aquellas concepciones de Heidegger o de poder radicalizar la crisis de la razón como planteaba Adorno. La palabra es poder como bien sostenía la teoría lacaniana. Hasta el momento, ni la cuestionable intervención del Estado ni el posmodernismo han dado respuesta a este paradigma que está transformando la estructura social actual.
La cuarentena desnudó una crisis social que no es nueva. La depresión, que muchas veces no se manifiesta de manera explícita ha expuesto en estos meses de encierro la inmensa fragilidad humana que se ocultaba en la insatisfacción de la realidad cotidiana.
Poco a poco, la sociedad está corriendo el velo y viendo con claridad en medio de un contexto tan oscuro. La depresión en medio de esta incertidumbre, no discrimina edades, pero se acentúa específicamente en los jóvenes adultos de mediana edad y avanza a pasos agigantados sobre nuestros adolescentes que no logran visibilizar un futuro cercano.
Es hora de enfrentar lo que nos paraliza, es hora de trabajar sobre la depresión y erradicar los miedos. La angustia y la depresión no van a frenar, es responsabilidad de cada uno de nosotros como sociedad aprender a generar los mecanismos para abordarlo.
También el Estado debe replantearse su intervención en este efecto colateral que nos deja la pandemia, comenzando por reconocer que la estructura no soporta más manotazos de ahogados y requiere un accionar que ofrezca soluciones al mediano y largo plazo.
Se buscó contener las cuestiones referidas al sistema sanitario, pero ¿Cómo es que hemos pasado por alto que hay una problemática aún más grande que el Covid-19?
Después de seis meses de cuarentena, caemos en la cuenta de que no hay conectividad que reemplace el encuentro con el Otro.
Nicolás Mauro es profesor en Ciencias Políticas e integrante de la Juventud del espacio político CREAR Mar del Plata
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