
El amor por la ciudad y por la familia, así como el paso del tiempo, nos permiten recordar que, más allá de los grandes proyectos y celebraciones, son las personas las que construyen la historia, caminando por una Mar del Plata que se veía muy diferente, pero que hoy seguimos admirando por su belleza.
En 1924, Mar del Plata vivió una época de efervescencia cultural, urbana y social. La ciudad se encontraba en pleno proceso de expansión, con nuevas construcciones y una creciente reputación como destino turístico de élite. En ese contexto, un día en particular quedaría grabado en una fotografía: el de Hipólito Peláez y su esposa María, bisabuelos paternos del actual director de NoticiasMDQ, Marcelo Pérez Peláez, caminando juntos por la Rambla, bajo el sol de esa Mar del Plata emergente.
Este paseo simbólico en uno de los paseos más emblemáticos de la ciudad, refleja no solo la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad en ese momento, sino también el marco histórico que la rodeaba. A lo largo de la Rambla, se construían nuevos hoteles y la ciudad se transformaba rápidamente en el destino predilecto de las clases altas porteñas, pero también comenzaba a abrir sus puertas a una sociedad más diversa, un proceso impulsado por las políticas inclusivas del gobierno local de la época.
En los años veinte, la Rambla de Mar del Plata se encontraba en una etapa de transición significativa. La estructura original de madera, construida en 1888, había sido reemplazada en 1913 por la Rambla Bristol, una construcción de cemento de 12 metros de ancho que representaba un avance en la infraestructura de la ciudad. Sin embargo, esta estructura no resistió los embates del tiempo y las inclemencias del mar, y en 1924, la construcción ya mostraba signos de deterioro. De hecho, en 1938, las autoridades provinciales decidieron demolerla debido a los daños causados por un temporal, con el objetivo de construir una nueva rambla más resistente.
Durante este período, la Bristol era un punto de encuentro para residentes y turistas, ofreciendo vistas panorámicas del océano Atlántico y sirviendo como paseo para disfrutar del paisaje marítimo. A lo largo de la amplia pasarela, se podían encontrar diversos establecimientos comerciales, cafés y restaurantes que contribuían al ambiente vibrante de la ciudad en ese entonces.

1924 no fue solo un año de cambios estructurales, sino también de celebraciones. Mar del Plata celebraba los 50 años de su fundación, y en la misma fecha en que Hipólito y María paseaban, la ciudad vibraba con múltiples eventos conmemorativos. La Banda Municipal recorría las calles con salvas de cañonazos, y en la Rambla, como parte de las festividades, se vivían momentos de esplendor con fuegos artificiales, música al aire libre y hubo competencias de deportes acuáticos.
En cuanto a la evolución urbana, este fue también el año del ambicioso proyecto de la Plaza Mesquita que representaba el crecimiento de una ciudad que se preparaba para recibir a miles de turistas nacionales e internacionales. Aunque la construcción del hotel nunca se concretó en su totalidad, el espíritu innovador de la época quedó reflejado en cada rincón de la ciudad.
La Plaza Mesquita, ubicada en el corazón de Mar del Plata, es un espacio emblemático que refleja la historia y el crecimiento de la ciudad. Su nombre rinde homenaje a Matilde Luro de Mesquita, hija de la fundadora de la ciudad, Ana Elía Ortiz Basualdo. En 1919, Matilde encargó la construcción de una residencia de cuatro plantas en calle Luro 2247, diseñada por el arquitecto J. Parrot y construida por Cayetano Alfano. Esta casa, que albergaba dos departamentos de cinco dormitorios cada uno, fue una de las primeras viviendas de su tipo en la ciudad y se demolió en 1964.

La plaza ha sido testigo de importantes eventos históricos, como la celebración de los 50 años de la fundación de Mar del Plata en 1924. Durante estos festejos, la Plaza Mesquita se iluminó y se realizaron actividades que reflejaron el entusiasmo de la comunidad por el medio siglo de existencia de la ciudad.
Por otro lado, en la década del 20 el inicio del servicio de tranvía eléctrico facilitaba la conexión entre los distintos puntos de la ciudad, mientras que el puerto recién inaugurado consolidaba a Mar del Plata como un centro pesquero y portuario de gran importancia.
En 1888, la Provincia de Buenos Aires otorgó una concesión para la instalación de tranvías de tracción a sangre en Mar del Plata a los señores Tomás Turner y Enrique Kidd. Cuatro años después, en 1892, la concesión fue transferida a la Sociedad Anónima de Tranvías de Mar del Plata y, posteriormente, a Pedro Hahn.
Mar del Plata, presidida por el Dr. Alberto de Estrada, asumió la gestión del servicio. Bajo su liderazgo, se electrificaron las líneas de tranvías, reemplazando los antiguos tranvías a caballo y a vapor. Este avance tecnológico permitió una mayor eficiencia y capacidad en el transporte público de la ciudad.

Volviendo a la foto que inspiró este viaje en el tiempo, aquel paseo no solo representa una fotografía familiar, sino también la crónica de una ciudad que, a través de su gente y sus proyectos, sentaba las bases para lo que hoy es un emblema del turismo argentino.
Se sabe que Don Hipólito fue fotógrafo en las Ramblas de Mar del Plata, y varias de sus impresiones, marcadas con el sello «Foto Peláez», quedaron guardadas en baúles y recuerdos de numerosos veraneantes de la época.
El 11 de abril de 1934, un devastador incendio arrasó con la Rambla La Perla, destruyendo comercios, hoteles y balnearios construidos en madera sobre pilotes en la arena. Entre las imágenes que perduran de ese trágico suceso, una destaca por mostrar a los bomberos trabajando entre los escombros de la Rambla La Perla. Y sí, esa fotografía fue capturada por él.

Hoy, a 150 años de su fundación, Mar del Plata sigue siendo un lugar de encuentro, de recuerdos y de nuevas generaciones que continúan sumando su historia a la de la ciudad. El ciclo de construcción, destrucción y renovación es parte de su alma, pero lo que permanece es lo intangible: la belleza de sus paisajes, el espíritu de su gente y la huella de todos aquellos que, como Hipólito y María, caminaron por sus calles, dejando una marca en el corazón de la ciudad. En la memoria de aquellos días de esplendor, en cada rincón de la Rambla, podemos sentir cómo el tiempo no es más que una sucesión de momentos, y la vida, aunque breve, tiene el poder de ser eterna en su recuerdo.
NMDQ