El 2 de abril de 1982, mi padre me despertó temprano antes de ir a la escuela. Me miró con una mezcla de emoción y preocupación en sus ojos, y con una voz entusiasta pero temblorosa, me dijo: «Marcelo, hijo, recuperamos las Malvinas». Aún adormilado y confundido, no tenía idea de lo que estaba hablando, pero aun con mis 8 años sabía que algo importante estaba sucediendo.
Ese día en la escuela, el ambiente era diferente. Los maestros estaban ansiosos y las conversaciones giraban en torno a la guerra y las Islas Malvinas. Comencé a comprender que mi país, Argentina, había entrado en un conflicto bélico con el Reino Unido por un territorio que considerábamos propio: las Islas Malvinas. Aunque no entendía del todo la situación, empecé a rezar todas las noches para que la guerra terminara.
📸 A 41 años de la guerra, «Las fotos recuperadas de Malvinas»
Télam abre su archivo y pone a disposición del público imágenes obtenidas por los enviados especiales de la agencia a cubrir el conflicto bélico en 1982
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— Agencia Télam (@AgenciaTelam) March 31, 2023
A pesar del miedo y la tensión, recuerdo que al principio de la guerra, hubo festejos en las plazas de todo el país, incluso en la Plaza San Martín de Mar del Plata, celebrando la recuperación de las islas. No comprendía aquel clima festivo, pues a pesar de tener pocos años, asociaba a la guerra con la muerte y el dolor, muy lejano a lo que es una celebración. La última celebración que recordaba era la del Mundial 78, cuando mi familia y yo disfrutamos de la victoria de Argentina caminando por la Avenida Luro, pero esto no tenía nada que ver. La euforia inicial por la recuperación de las islas pronto fue reemplazada por el temor y la tristeza que trajo consigo el conflicto bélico, y aquellas celebraciones en las plazas quedaron como un recuerdo lejano y agridulce en mi memoria.
Las malas noticias no tardarían en llegar. Fue el 3 de junio 1982, mientras la 1ra Sección de la Batería A del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 de Mar del Plata, se encontraba proporcionando defensa antiaérea al aeropuerto de Puerto Argentino, un misil antiradar Shrike, lanzado desde un bombardeo Avro 698 Vulcan, impacta en el director de tiro, causando la muerte del teniente Alejandro Dachary, del sargento primero René Pascual Blanco y de los soldados clase 62 Oscar Daniel Diarte y Jorge Alberto Llamas.
Nosotros vivíamos, precisamente en Mar del Plata, una ciudad que corría el riesgo de ser bombardeada debido a la presencia de la base naval y el ADA 601. Por eso, se llevaban a cabo simulacros de corte de luz y en las escuelas nos hacían meternos debajo de los bancos a modo de ensayo por si las sirenas llegaban a sonar. La tensión en la ciudad era palpable y la preocupación de los adultos se reflejaba en cada rostro.
Una vez, durante la guerra, mi familia y yo pasamos por el ADA 601, cerca de Camet, en nuestro camino hacia Santa Clara. Recuerdo haber visto cómo habían instalado armas apuntando al mar, preparadas para defenderse de cualquier ataque. Aquel panorama me llenó de temor, imaginando que los ingleses pudieran venir por mar a atacarnos. Desde entonces, miraba constantemente el cielo con el miedo de que nos bombardearan, una inquietud que se había instalado en mi mente y en la de muchos otros.
Años más tarde, el músico Charly García plasmaría ese mismo temor en su canción «No bombardeen Buenos Aires». La letra y la música del tema capturaban el miedo y la angustia que sentíamos durante aquellos días, haciendo eco en la experiencia de muchos argentinos. Esa canción se convirtió en un recordatorio de la necesidad de proteger la paz y evitar que la violencia y el sufrimiento vuelvan a nuestras vidas.
Tiempo después de la guerra, el músico Alejandro Lerner lanzó su emotiva «Madre, me voy a la guerra». Este tema, «La Isla de la Buena Memoria» logra capturar de manera conmovedora el dolor y el sacrificio que vivieron aquellos jóvenes soldados argentinos, a quienes llamamos «los pibes de Malvinas», que fueron enviados a luchar en un conflicto lejos de sus hogares y familias.
En 1982, Argentina estaba sumida en una dictadura militar que había tomado el poder en 1976. La vida cotidiana estaba marcada por el miedo, la censura y la desaparición de personas. La inflación y la recesión económica afectaban a las familias, como la mía, los Pérez Peláez, y la calidad de vida se había deteriorado significativamente.
Mis amigos y yo nos reuníamos después de la escuela para jugar, andar en bicicleta y tratar de olvidar las preocupaciones que escuchábamos de nuestros padres y maestros. Pero incluso en esos momentos de distracción, la sombra de la guerra estaba presente. Imitábamos a los soldados en nuestros juegos y discutíamos sobre las noticias que escuchábamos en casa.
En mi casa, la rutina también había cambiado. Mi madre escuchaba la radio con atención y trataba de ocultar sus lágrimas cuando escuchaba noticias sobre soldados caídos en estaciones que captaba desde Uruguay con una radio Noblex 7 mares. Mi viejo regresaba a casa tarde y cansado, preocupado por el futuro de nuestro país. Yo no entendía por qué todo había cambiado tan repentinamente, pero seguía rezando cada noche, pidiendo que la guerra terminara y que la paz volviera a nuestro hogar y a nuestro país.
Con el tiempo, la guerra en las Malvinas se intensificó y el número de bajas aumentó. Los enfrentamientos en tierra y las batallas aéreas eran frecuentes, y las fuerzas argentinas luchaban con valentía, pero también con escasez de recursos y apoyo. El gobierno militar intentaba mantener la moral alta a través de la propaganda, pero la realidad era diferente: la guerra se estaba volviendo cada vez más difícil de sostener.
Un día, mientras estaba en la escuela, mi maestra fue llamada fuera del aula. Cuando regresó, tenía los ojos llorosos y nos dijo a los niños que la guerra había terminado. Argentina había sido derrotada y las Islas Malvinas seguirían bajo el control del Reino Unido. A pesar de la tristeza y la decepción que se apoderó de la nación, también había un sentimiento de alivio. La guerra había causado la muerte de muchos jóvenes soldados, y su final significaba que no habría más pérdidas.
En casa, la noticia de la derrota fue recibida con tristeza, pero también con un dejo de esperanza. Los Peláez nos reunimos esa noche en silencio, tratando de asimilar la noticia y las implicaciones que tendría para nuestro país. Aunque todavía no entendía completamente la magnitud de la situación, sabía que mis oraciones finalmente habían sido respondidas. La guerra había terminado.
A medida que pasaron los días y las semanas, la vida en Argentina comenzó a cambiar lentamente. La dictadura militar empezó a debilitarse, y eventualmente, en 1983, el país celebró elecciones democráticas y eligió un nuevo presidente. Fue un momento de esperanza y renovación para la nación, aunque las cicatrices de la guerra y la dictadura tardarían mucho tiempo en sanar.
Mi familia y yo enfrentamos los desafíos que se nos presentaron, pero también encontramos consuelo en la unión que compartíamos. Aunque la experiencia de la guerra de Malvinas me marcó profundamente, aprendí lecciones valiosas sobre la importancia de la paz, la justicia y la solidaridad. Con el tiempo, mis amigos y yo crecimos, llevando con nosotros las experiencias de nuestra infancia en una Argentina marcada por la guerra y la dictadura, pero también por la esperanza de un futuro mejor.
La guerra de Malvinas, aunque vista a través de mis ojos de niño que estaba en segundo grado de la escuela primaria, dejó una impresión duradera en mi vida. A medida que crecí y me convertí en un adulto, esa época de mi vida me enseñó la importancia de luchar por la paz y la justicia, y de nunca olvidar el costo de la guerra en términos de vidas humanas y sufrimiento.
Hoy, a 41 años de aquel conflicto, aún siento en mi interior esa sensación de temor que me invadía durante la guerra de Malvinas. A pesar del tiempo transcurrido y de los cambios que han sucedido en mi vida y en el mundo, aquellos recuerdos siguen latentes en mi memoria, como un recordatorio constante de la fragilidad de la paz y la importancia de protegerla.
A medida que los años pasan, me doy cuenta de que es fundamental transmitir estas experiencias y sentimientos a las nuevas generaciones, para que comprendan el alto precio que se paga en un conflicto bélico y sean conscientes de la responsabilidad que todos tenemos de construir un mundo menos violento.
Las Malvinas fueron son y serán Argentinas. El recuerdo de nuestros héroes sigue impreso en lo más profundo de mi alma y estas palabras son apenas un humilde homenaje para aquellos soldados del frente de batalla a los que alguna vez les enviamos cartas y chocolates, luego los olvidamos como sociedad y ahora estamos comenzando a brindarles el amor y el respeto que siempre merecieron.
¿Quién nos habla aquí de olvido, de renuncia, de perdón? Ningún suelo más querido de la Patria en la extensión.
NMDQ – Marcelo Pérez Peláez, 1 de abril de 2023