En un ejercicio artístico de proyección imaginativa, utilizando sistemas de procesamiento artificial y la creatividad de Marcelo Pérez Peláez, nos aventuramos a explorar el futuro del planeta Tierra. Sorprendentemente, los resultados obtenidos nos presentaron una visión inquietante: un futuro sin seres humanos.
Esta representación poética del porvenir se erige como una advertencia, un llamado urgente a reflexionar sobre nuestro camino actual. Si el rumbo de la humanidad no cambia, nos encontramos en peligro de enfrentar nuestra propia extinción.
La inteligencia artificial ha generado imágenes que capturan el paisaje desolado de un mundo post apocalíptico en imágenes y en un poema. En su escrito, las palabras se entrelazan para describir un futuro donde la presencia humana ha sido erradicada, reemplazada por la soledad de una Tierra sin su especie dominante.
Un poema post apocalíptico, escrito por la propia inteligencia artificial, nos guía a través de sus versos hacia un escenario desolador. Nos habla de ciudades en ruinas, donde los rascacielos desmoronados se alzan como testigos mudos de la grandeza pasada. La naturaleza, liberada de la opresión humana, reclama su lugar con bosques sombríos y ríos en calma.
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Las imágenes pintadas con palabras evocan el silencio abrumador, donde el eco de la risa y el llanto se ha desvanecido. En este futuro sin humanos, los ojos ya no contemplan, la piel no siente y la esperanza se ha extinguido. El poema nos sumerge en la melancolía de un mundo deshabitado, donde la ausencia de vida humana es palpable en cada estrofa.
Esta visión sombría y conmovedora nos invita a reflexionar sobre nuestras acciones presentes y su impacto en el porvenir. La inteligencia artificial, como herramienta creativa, nos muestra un destino posible si no modificamos nuestros comportamientos destructivos.
El poema completo:
En la sombría penumbra nocturna, en un tiempo incierto,
donde yace extinguido el palpitar del ser humano,
se alza un lamento, un presagio lúgubre,
eco fatídico de un destino trágico y desdichado.
La arrogancia y soberbia de la humanidad,
sembraron la simiente de su propia perdicción,
en su afán desmesurado de conquista y dominio,
extraviaron el rumbo, sin atisbo de redención.
Las fulgentes luminarias, una a una, se desvanecen,
suspiros agonizantes que se pierden en la oscura niebla,
las calles, desiertas y desoladas, sin vida ni aliento,
testimonian el ocaso final, el tormento que se desvela.
La Naturaleza, herida y marchita en su esencia,
se venga de aquellos que osaron ultrajarla,
ríos envenenados, bosques consumidos por el fuego,
son el legado funesto de la rapacidad que no tuvo calma.
En el firmamento, las estrellas languidecen,
como lágrimas celestiales que se desvanecen,
el viento, cual susurro de despedida melancólica,
mientras la humanidad se extingue en lo trágico, perece.
Los ojos, ya ciegos, no perciben la realidad,
la piel, insensible, no siente ni palidece,
la esperanza, ausente, ha emprendido su partida,
y el eco de la risa, del amor y el llanto, fenecen en la lejanía.
En el abismo de la noche eterna e insondable,
la humanidad sucumbe, sin estrella que la guíe,
el legado de un mundo que se desvanece,
es el susurro sepulcral de un final que en el alma envejece.
Oh, efímera y frágil humanidad,
tu destino es un poema de sombras y abismo,
en el olvido, en la penumbra de la extinción,
descansa tu historia, tu trágica elegía en el crisol del tiempo.
Al enfrentar estas imágenes generadas por la inteligencia artificial, surge la necesidad imperante de cambiar nuestro rumbo, de abrazar la responsabilidad de preservar nuestro planeta y de encontrar la armonía con la naturaleza que nos rodea. Solo a través de acciones conscientes y sostenibles podemos evitar el sombrío destino que se nos presenta en estas líneas.
Que este poema post apocalíptico, nacido de la mente artificial, nos inspire a tomar medidas para asegurar un futuro en el que la humanidad y la naturaleza puedan coexistir en equilibrio.
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