En la cena anual de CIPPEC del lunes pasado las preguntas eran las mismas en todos los corrillos: ¿cuándo se va Guzmán? ¿lo reemplazarán por Massa para que haga lo que no le dejan hacer al actual ministro? ¿resistirá Alberto? ¿la oposición puede quebrarse? ¿estamos en un fin de ciclo? 1000 empresarios, gerentes, políticos, periodistas, referentes sociales y consultores intercambiaban opiniones en un clima no muy optimista. Al menos el clima de camaradería del evento permitía relajarse en un frío lunes por la noche.
Hasta acá el sistema político argentino de esta etapa democrática funcionaba en dos actos. En el primero un gobierno no peronista termina en una gran crisis económica –Alfonsín, De la Rúa, Macri- que daba paso a un segundo acto en donde la sociedad llamaba al bombero peronista para que apagara el incendio. El bombero lograba su cometido, pero con el pasar del tiempo se convertía en un abusivo. La sociedad echaba al bombero y llamaba a un arquitecto para que mejorara la vivienda. Pero el arquitecto -poco ducho en materia de electricidad- producía otro incendio que obligaba a llamar de regreso al bombero. Y así íbamos hasta que llegó Alberto promovido por Cristina.
Dónde estamos? Hoy no hace falta un arquitecto porque el bombero no cumplió su objetivo primordial. Entonces hace falta otro bombero. ¿Un bombero no peronista? Muchas opciones de rol no hay. Como nadie conoce cómo es el tercer acto, se dispara la incertidumbre de todo tipo y color, sumado a que el bombero actual está peleado con parte del cuerpo al que pertenece. Unos bomberos le pisan la manguera a otros para que nadie se imponga en la puja. Resultado: el incendio no se apaga.
Si Guzmán –más que Moroni o Kukfas- se va, para Alberto será jaque mate. El tema es si se va porque Alberto no resiste más o porque el propio ministro se canse. No parece que el académico de Columbia quiera tirar la toalla, pero todo tiene su límite. Además del apoyo (incondicional?) del propio FMI –preferible malo conocido que bueno por conocer- en las últimas horas el joven funcionario recibió un cierto aval de Cavallo y Melconián que dijeron lo obvio: si se va, todo va a ser peor. El recuerdo de la salida de Sourrouille está más que claro. Luego vino Pugliese, quien habló con el corazón y le respondieron con el bolsillo.
Con ese cuadro, sería muy pero muy raro que alguien con prestigio y señority acepte el cargo, ya que Alberto no puede garantizarle suficiente poder para tomar decisiones, cualquieras sean. Solo aceptaría un loco / tonto (fool) o un pirata que venga a hacer un negocio específico en el medio de un río revuelto. Ninguna de las opciones aflora. Ergo, Guzmán y Alberto van juntos a la par, diría Pappo.
¿Massa aceptaría ser ministro? Si no hay una tregua y un acuerdo general que le dé poder, no tiene sentido para él. ¿Pero no tendría el aval de CFK para hacer lo que no le dejan a Guzmán, solo por empecinamiento? Suena raro. Es una apuesta demasiado arriesgada sin que quede claro el beneficio, porque puede resultar peor el remedio que la enfermedad: si Guzmán se va, podría desatarse una mega crisis de confianza y no habría una malla de contención suficiente que resuelva el entuerto, pagando Massa los platos rotos porque la bomba le estalló en las manos. O sea, el caso del bombero fallido.
Pero las preguntas de la cena de CIPPEC no se preocupaban solo por el entuerto oficialista, sino también por la profundización de la grieta opositora. Algunos temen que se esté produciendo un divorcio ideológico interno y que todo termine mal también para una coalición más dispuesta a ser arquitecta que bombera. Por lo tanto, no se termina de hallar en el nuevo rol requerido. Y para colmo de males existe una amenaza concreta: la aparición del “bombero loco” (dicho cariñosa y nostálgicamente por aquél pulverizador usado en los viejos Carnavales).
Una figura respetable del actual oficialismo reflexionaba sobre la existencia de un fin de ciclo, en el cual la dirigencia política actual –el statu quo o la casta, como prefieran llamarlo- no está a la altura de las circunstancias, y que la sociedad la va a correr de alguna u otra manera. Ahí anida el fenómeno Milei, más allá del alineamiento ideológico. Sus propuestas pueden parecer no adecuadas, pero frente al fracaso oficialista y las peleas opositoras que le impiden avanzar en un programa de gobierno, es cada vez más una oxigenación.
Cada vez que la política quiso cerrar, la sociedad argentina terminó abriendo el sistema político. Veamos:
• En 1983 a priori ganaba el peronismo, con algunos sectores internos negociando con la dictadura. Pero ganó Alfonsín.
• Avanzado el gobierno de Alfonsín, estaba progresando un acuerdo de convivencia radical con el sector de Cafiero. Pero ganó Menem.
• Menem y Alfonsín firman el Pacto de Olivos, pero la sociedad hizo crecer el FrePaSo, que con Bordón – Alvarez empujó al radicalismo al tercer puesto.
• Eso obligó a armar la Alianza que sacó al peronismo del poder, con De la Rúa a la cabeza (quien no controlaba a su partido).
• Producida la crisis de 2001, Kirchner elabora una nueva fórmula política transversal que consigue aval por un tiempo largo abriendo el juego, pero que recibió mensajes de alerta en 2009 y 2013 con De Narváez y Massa respectivamente.
• Cuando parecía que Massa sería el siguiente presidente –otro peronista- la sociedad decidió que la opción sea Cambiemos.
• Cuando Macri pensaba que enfilaba a un segundo mandato, la sociedad le dijo que sí al experimento de Cristina con Alberto.
• Cuando Juntos por el Cambio se empezaba a sentir en zona de confort, esperando un triunfo inevitable en 2023, apareció Milei para recordarles que la sociedad abre cuando la política se cierra.
Y ahora acá estamos, siguiendo a Milei con sus sorteos de salarios legislativos, mientras Juntos por el Cambio –menos juntos que antes- le cierra la puerta con un comunicado. Otra muestra de que la política se cierra en sí misma.
¿Qué hará falta para que escuche?
Fuente: Columna de @7Miradas