Por Belén Gómez*
Cerrar la canilla de agua, apagar las luces innecesarias, desenchufar cargadores cuando no se los utiliza, cambiar el auto por la bicicleta, reducir el uso de papel, usar bolsas biodegradables o separar los residuos, son sólo algunos de los comportamientos individuales más sugeridos para incidir positivamente en el desarrollo sostenible.
Estamos a 8 años de atravesar la cinta de llegada de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, propuestos por Naciones Unidas, que instaron a un comportamiento diferente por parte de gobiernos, empresas, organizaciones y ciudadanías con el propósito de cumplir con una serie de metas mundiales relacionadas con los desafíos ambientales, políticos y económicos a los cuales nos enfrentamos hoy.
El comportamiento responsable para el logro de estos fines alude a la capacidad de cada persona de responder por sus actos frente a los demás y responder por el futuro en general. No hay humanidad sin responsabilidad pero responsabilidad no es compromiso. Bajo esta concepción, la diferencia entre ambos términos radica en que las personas pueden interpelar y oponer la responsabilidad de un individuo aunque éste no lo quiera, mientras que el compromiso depende exclusivamente del querer de ese individuo y nadie puede obligar al otro a querer. En un mundo “globalizado”, la responsabilidad o irresponsabilidad toma otra escala, cada habitante desde su pequeña vida cotidiana se vuelve mundial y sistémico en el impacto de sus actos y de allí la necesidad de compartir una responsabilidad global (que no es exclusiva sólo de quienes tienen poder global ni de corporaciones), que se torna entonces de carácter “social”. Con estos conceptos se acuña actualmente la definición de Responsabilidad Social, que ya no puede restringirse sólo a la esfera empresaria.
Nos encontramos habitando un mundo caracterizado por el cambio climático, violencia e inequidad económica y social, además de la vulnerabilidad biológica experimentada con la última pandemia. Dos tercios de la población mundial es pobre (1.800 millones de personas son muy pobres, sin recursos suficiente para comer; 4.700 millones de personas no son extremadamente pobres, pero siguen siendo muy, muy vulnerables). La concentración de la riqueza se acentuó durante la pandemial: la riqueza de los 10 hombres más ricos se ha duplicado, mientras que los ingresos del 99 % de la humanidad se habrían deteriorado a causa de la COVID-19. En materia de contaminación ambiental, según estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) nueve de cada diez personas respiran aire con altos niveles de contaminantes. Las estimaciones actualizadas muestran que siete millones de personas mueren cada año por la contaminación del aire ambiente (de exteriores) y doméstico, mientras que 231.000 personas podrían perder la vida en países pobres a causa de la crisis climática de cara a 2030.
En este marco, si bien es mucho lo que se viene avanzando en generar consciencia sobre la necesidad urgente de garantizar la sostenibilidad del planeta, todavía hay brechas para que eso que la población va comprendiendo se plasme en el comportamiento que se asume en la vida cotidiana.
Así lo marcan algunos indicadores construidos para captar esos avances. De acuerdo al Indicador de Comportamiento Sustentable elaborado por el Centro de Economía Regional y Experimental (CERX) para la Argentina, el país obtiene 70,7 puntos sobre una escala de 0 a 100 en esa materia.
El puntaje más elevado se lo llevan los hábitos sobre el consumo responsable de agua, con 88 puntos, donde la población muestra conductas responsables en cuanto a cerrar las canillas cuando no se las utiliza o reparar pérdidas inmediatamente. El respeto por la diversidad es el segundo ámbito con mayor responsabilidad: 75,7 puntos, con buenas respuestas en cuanto a no tomar decisiones sesgando por género. Le sigue el consumo energético responsable, donde la evaluación se centró en cuestiones como no dejar el celular enchufado si la batería está cargada y apagar las luces que no se utilizan. El puntaje obtenido fue de 71,1.
Las calificaciones más bajas se registraron en el cuidado del bienestar personal, con solo 56,1 puntos, donde las evaluaciones se centraron en cuestiones como realizar actividad física diariamente y comer alimentación sana.
Es preciso mencionar que este estudio de CERX contempló a toda Argentina, en sus diferentes regiones, y a toda la población incluyendo sus diferentes rangos etarios y género, sin observarse marcadas diferencias en ninguna de las tres dimensiones tomadas.
Belén Gómez, Dra. en Ciencias Económicas. Economista especializada en Sustentabilidad por la Universidad de Oxford e Innovación Social por la Universidad de Salamanca y el BID. Integrante de CERX (Centro de Economía Regional y Experimental).