
Un amanecer de luto en el Vaticano.
Por Marcelo Pérez Peláez (con asistencia de Grok y GPT)
El amanecer del 21 de abril de 2025 trajo consigo una noticia que conmovió al mundo: el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, falleció a los 88 años en la Casa Santa Marta, en el Vaticano. Es lunes, apenas un día después de haber ofrecido su bendición a los fieles en la Plaza de San Pedro, con esa sonrisa cálida que lo convirtió en símbolo de cercanía y humanidad para creyentes y no creyentes por igual. Aunque su salud era frágil y muchos sabían que el final se acercaba, su partida deja un vacío profundo, un recordatorio de la finitud incluso en aquellos que representaron esperanza.
Las incógnitas de sus últimas horas
Los detalles sobre sus últimas horas aún no son del todo claros. Según medios italianos como Corriere della Sera y Rai News, la causa probable habría sido un derrame cerebral, una hemorragia que silenció su voz tras una vida dedicada al servicio. Fuentes del hospital Gemelli —donde estuvo internado durante 38 días entre febrero y marzo— aseguran que este episodio no estaría relacionado directamente con los problemas respiratorios que lo afectaron recientemente. Sin embargo, el Vaticano no ha confirmado oficialmente esta versión, lo que deja espacio para la especulación y la reflexión.
Una salud marcada desde joven
Para comprender la dimensión de esta pérdida, hay que mirar hacia atrás. Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. A los 21 años, una grave infección respiratoria obligó a extirparle parte del pulmón derecho. Aunque superó esa etapa, su salud quedó marcada. En los últimos años, los problemas respiratorios se volvieron frecuentes, y debió utilizar una silla de ruedas debido a dolores de rodilla y ciática. En noviembre de 2023, una gripe y una inflamación pulmonar lo obligaron a cancelar un viaje a Emiratos Árabes Unidos, una señal de que su cuerpo empezaba a flaquear.
La larga batalla en el hospital Gemelli
El momento más crítico llegó en febrero de 2025. Ingresó al hospital Gemelli con bronquitis el día 14, pero pronto fue diagnosticado con neumonía bilateral. Su estado se agravó rápidamente: crisis respiratorias, ventilación mecánica, transfusiones de sangre y al menos dos episodios de insuficiencia respiratoria aguda lo llevaron al límite. Tras 38 días, fue dado de alta el 23 de marzo y regresó a Casa Santa Marta para continuar su recuperación. Allí, rodeado de quienes compartieron su misión, parecía haber encontrado un respiro. Pero el 21 de abril, a las 7:35 de la mañana, su corazón se detuvo. Roma quedó en silencio, y las campanas comenzaron a sonar en señal de despedida.
Un final inesperado
Aunque la hipótesis de un derrame cerebral aún no ha sido confirmada, varios medios sostienen que fue la causa final de su muerte. Según La Repubblica, los médicos del Gemelli descartaron una conexión directa con sus dolencias respiratorias, sugiriendo que fue un evento inesperado. Esta posibilidad subraya la vulnerabilidad humana, incluso en alguien cuya voz y presencia parecían inquebrantables. Francisco, que recorrió las calles en su papamóvil, que alzó la voz en defensa de los pobres y que nunca dudó en tender la mano a los marginados, también fue humano. Su cuerpo tuvo un límite.
Un pontificado entre la tradición y el cambio
Pero su legado trasciende el cuerpo. Desde su elección en 2013, tras la histórica renuncia de Benedicto XVI, Francisco fue puente entre tradición y modernidad. Predicó la misericordia, la justicia social, el cuidado de la Tierra y la inclusión. Lavó los pies a presos, abrazó a víctimas de guerra, dialogó con otras religiones, y buscó una Iglesia abierta y cercana. También enfrentó críticas, sobre todo de sectores conservadores, por su apertura hacia los divorciados y por promover el diálogo interreligioso. Su vida fue un testimonio de fe vivida con autenticidad, entre tensiones, dudas y amor.
La huella de un líder espiritual
Hoy, mientras las iglesias de Roma hacen sonar sus campanas y miles se congregan en oración, la ausencia de Francisco se siente como un eco profundo. No fue solo un líder religioso; fue un símbolo de resistencia, de esperanza y de compasión en un mundo herido. Su muerte, en un tiempo de incertidumbre global, nos invita a mirar hacia adentro. A preguntarnos, desde lo íntimo, cómo continuar su obra en este mundo que —como él tantas veces repitió— necesita con urgencia curación y reconciliación.
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