Mar del Plata lucía esplendorosa en los años 30. La ciudad balnearia por excelencia abría sus puertas cada enero a una avalancha de visitantes ávidos de dejarse embriagor por sus encantos. Entre ellos, una familia humilde pero rebosante de esa alegría porteña tan característica: los Martínez Suárez.
Rosa María Juana, más conocida décadas después como Mirtha Legrand, posaba radiante en la antigua Rambla junto a sus hermanas María Aurelia y José Antonio. Sus risas despreocupadas se perdían entre el chapoteo de las olas y los gritos desaforados de los vendedores ambulantes ofreciendo masitas, baratijas y esa picardía tan nuestra.
Pese a sus escasos recursos, los Martínez Suárez sabían sacarle jugo a cada verano. Levantarse temprano, caminar descalzos por la arena caliente y refrescarse en las aguas del mar antes del mediodía. Por las tardes, las niñas se enfrascaban en jugar a La ronda, Mantan tiri lirulá, Pisa pisuela y la escondida mientras su hermano intentaba agradar a las pequeñas turistas con sus dotes de galán precoz.
Al caer la noche, la familia se arracimaba en los bancos de la Rambla para admirar el espectáculo de la luz de la luna reflejada en el mar en calma. Fue en esas noches mágicas que una pequeña soñadora llamada Rosa María se juramentó a sí misma convertirse en una gran figura. Nadie mejor que ella para confirmar que, efectivamente, los sueños sí se hacen realidad.
A la derecha, Mirtha Legrand en la antigua Rambla de Mar del Plata. De izquierda a derecha: María Aurelia Paula Martínez Suárez (luego Silvia Legrand), José Antonio Martínez Suárez, Rosa María Juana Martínez Suárez (luego Mirtha Legrand). Enero de 1935. pic.twitter.com/KvpFoUQDzY
— Fotos de Familia MdP (@FotosFamiliaMdP) April 18, 2024
Hoy, a sus 97 años, Mirtha es la monumental diva que sus años de infancia auguraban. Pero esas vacaciones familiares, esos atardeceres infinitos en la playa y los olores a salitre aún se le representan con la misma nitidez de entonces. Un tesoro que ningún éxito o fortuna pueden obstruir ni arrebatar.
Mar del Plata ha cambiado, y mucho. Pero los veranos de antaño en la ciudad quedan inmortalizados en las remembranzas de sus mayores visitantes. Un recuerdo imborrable, nostálgico y siempre tan fresco como la brisa marina.
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